domingo, 25 de marzo de 2018

Aborto: ¿es posible el debate?

Argentina está en vísperas de un debate que, me animo a predecir, nos tendrá en vilo durante un par de meses (y eso, precisamente, parece buscar el gobierno al impulsarlo para, de esa manera, tapar la mala situación socio-económica, a la vez que obstaculiza la incipiente unidad del campo popular). Apenas finalizado el fin de semana largo, Semana Santa y Malvinas mediante, nos internaremos en dos meses de exposiciones de casi mil especialistas y militantes en la Casa de la Democracia. Pero, entre tanto preparativo, me asalta una pregunta: ¿es posible el debate?.
Debatir es un acto de comunicación que implica la exposición de ideas y argumentaciones diversas que entran en diálogo. Para que ese diálogo sea realmente un diálogo, todes debemos estar abiertos a repensar nuestros posicionamientos, nuestras posturas. El marco debiera ser un encuentro de apertura, donde yo legitime al otro en tanto otro, donde esté dispuesto a la escucha sincera. Eso no significa que sí o sí deba modificar lo que pienso, pero tampoco la tesis contraria: mantener mi postura a como de lugar por el sólo hecho de ingresar en una disputa donde quiero estar del lado ganador.
Estoy convencido que existe la posibilidad de reformular mi postura a partir del debate. Lo creo y lo he vivido. Pero se necesita una actitud fundante de apertura. Sin embargo, digamos todo, eso no implica renunciar a las creencias personales ni los posicionamientos ideológicos. Es más, es propio de la dimensión agonal de la política poder debatir desde una postura y poder dar razones de ella, y debemos promover y celebrar que se den estas situaciones.
El Dr. Lino Barañao, Ministro de Ciencia y Tecnología durante gobiernos tan distintos en estos últimos años, concluye su artículo a favor de la despenalización del aborto diciendo lo siguiente: “soy consciente de que estos argumentos no cambiarán la opinión de quienes ya tienen una posición tomada. Esto se debe al fenómeno de cognición cultural descripto por Dan Kahan, del Departamento de Leyes de la Universidad de Yale. Según este autor, en temas controversiales, los individuos suscriben o no a una aseveración de acuerdo con lo que consideren que los acerca o los aleja de la pertenencia al grupo con el cual comparten valores. En otras palabras, generalmente nos interesa más la pertenencia al grupo que el valor de verdad de aquello que pensamos. Por eso, es tan difícil llegar a consensos en temas tan complejos desde el punto de vista conceptual y tan ligados a las creencias religiosas o a la cosmovisión de cada grupo como es el tema del aborto”. Días después, en el mismo diario, le respondieron: “Finalmente quisiera reflexionar sobre el recurso a la muy interesante investigación de Dan Kahan (de Yale), sobre cognición cultural, que explica que un individuo no cambiará su opinión aun cuando se le presente evidencia en contra, por el hecho de preferir (inconscientemente) permanecer dentro de su grupo de pertenencia. Barañao utiliza esta investigación para sugerir que cualquier individuo religioso, aunque se le explique lo que él explicó en su artículo (sin demasiada definición), no cambiará su punto de vista simplemente porque quiere continuar perteneciendo a su grupo ideológico. Lo que Barañao no dice es que el mismo argumento puede ser utilizado para explicar por qué quienes aceptan el aborto no cambian su opinión aun cuando se les presente evidencia en contra exactamente por la misma razón de pertenencia (quizás el ministro caiga dentro de este grupo)”.
Personalmente, y en un artículo escrito hace siete años, compartía mi cambio de posicionamiento en varios temas menos el aborto. Es más, con mi grupo de pertenencia ideológico, político, tengo muchísimas coincidencias en casi todos los otros temas y no así en este puntual. Eso me permite, me habilita, y hasta me lo impongo, a escuchar con atención y apertura todos los argumentos. Me sucede compartir premisas y disentir en conclusiones tanto como disentir en premisas y acordar en conclusiones. Y todas las variables que se imaginen.
¿Es posible el debate?. ¿Estamos dispuestos a escuchar al otro, a encontrarnos, a dialogar, a ponernos en el lugar del otro?. ¿Estamos dispuestos, también, a escuchar a aquellas personas que no acceden a hacer oír su voz y ponernos en su lugar?. Reconocer el valor de la palabra de mi interlocutor no implica dejar de defender, argumentar y militar mis convicciones. Y recién ahí, con esa actitud fundante, podemos empezar a preguntarnos (y respondernos): ¿Qué es la vida? ¿Y la vida humana? ¿Cuándo comienza? ¿Toda vida humana vale? ¿Desde cuándo una vida humana tiene derechos? ¿Hay derechos que se pueden priorizar por sobre otros? ¿Qué hacemos frente a algo que sucede de hecho? ¿Hay intereses espurios detrás de algunas posturas, tanto a favor como en contra? ¿Qué es lo mejor para todes, especialmente para los más vulnerables? ¿Cuál es el criterio para tomar decisiones? ¿Qué hacer frente a la libertad y la conciencia? Y tantos otros temas que son definiciones políticas, discusiones filosóficas, atravesadas por saberes científicos, posicionamientos religiosos (sean creyentes institucionalizados o no, agnósticos o ateos), pertenencias ideológicas, y experiencias de vida.
Es fundamental dejar de lado definiciones simplistas. En primer lugar, no hay dos bandos. Hay muchas posiciones con diferentes puntos de vista. Hay mujeres y varones, de derecha y de izquierda, creyentes o no, a favor y en contra de legalizar el aborto. A lo sumo, y en última instancia, habrá quienes se inclinen más por una determinada modificación al marco normativo y otros que no. Pero no podemos perder de vista la complejidad de posturas. Y, principalmente, dejar de lado la violenta soberbia de no poner nunca en duda que hay una verdad y está de nuestro lado.
Escuché decir que “los derechos no se debaten” (a favor de la legalización) y que “la vida no se debate” (en contra de la legalización). En ambos casos estamos defendiendo el derecho a la vida, sólo que previamente hay que debatir qué es un derecho, qué es una vida, y qué vidas son sujetos de derechos. Ya sé que algunos sostienen que hay un derecho natural objetivo, y más aún dicen conocerlo, mientras hay otros que no están para nada de acuerdo. Entonces, ¿qué hacemos cuándo no hay acuerdo?. ¿Todo se decide por simple mayoría?. Si hablamos de leyes, sí. No hay otra. Es tiempo de persuadir, o ser convencido. Y cada voto vale. Haber votado a determinado representante y cada voto de aquel que ha sido elegido. Es la política, hermane. ¡Bienvenides al debate!.

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